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domingo, 19 de septiembre de 2010

Recuerdos de la carrera de Locutor(a) Nacional...

Allá por 1998 cursaba el Taller de Redacción e Investigación Periodística II con Verónica Maenza, terminando la carrera en el Instituto Sup. Juan XXIII.
Lo que sigue son ejercicios que poco tienen de periodísticos, pero que tenían como objetivo aflojarnos "la pluma" y la cabeza y nos daban la oportunidad de ser creatives por un rato (siempre en la medida de lo posible... claro)
Espero que les gusten. :)

Consigna: Elegir una de estas tres letras: "U", "I", "CH". Hacer una lista con palabras que contengan esa letra. Seleccionar algunas de ellas y redactar una historia.
    Mi sensibilidad tirita, siento el frío. El tibio gris inicia impío una mímica hiriente. Limpio la visible crisis mientras titila al límite el mismísimo pitillo. Sí, así, pitillo.
    Irrumpe un mimito con viabilidad intrínseca aquí, física y química sin piquillín. Imitación de incomodidad, ni inhibición ni irritabilidad. Intuí misticismo.


    Ejercicio: Descripción extrañada 

    Pasé por el pasillo una vez más, por ese mismo que lleva de nuestra habitación a la de David y de ahí al baño. Lo atravieso todos los días, pero esta vez fue diferente, ¡y cuánto! A mi derecha, justo frente al baño, vi esa cosa alta, imponente, casi diría amenazante... pero mejor no lo digo. Era bordó y en la mitad superior tenía cuatro pantallitas o recuadros que formaban una imagen, como en los programas de televisión en los que muchos monitores pequeños conforman uno mayor. Al principio, como no parecía haber ningún tipo de movimiento en eso, supuse que se trataba de cuadritos, pinturas. Hasta que el viento agitó las hojas de un árbol que sobrepasaba el límite del paredón blanco. ¿Mi sensación? No podría explicarla. El temor ante lo inexplicable, más la curiosidad y el sueño, sin descontar el apuro por entrar al baño, confluían en mi cuerpo frente a esa reconstrucción minuciosa del patio interno  de mi casa. Estaba confundida... y con sueño, mucho sueño.
    Más invadida por las necesidades fisiológicas que por mi espíritu aventurero, ignoré lo que mis entreabiertos ojos bosquejaban y entré al baño. Algo en mi interior confiaba en que "eso" que había visto solo se trataba de una alucinación, una imagen mal enfocada por el sopor. Tranquila terminé mi trámite y salí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de punta a punta. Ahora sí, más despabilada, podía verlo con claridad. Era un aparato rectangular, mucho más grande que yo, y ahora podía observar más detalles, en particular uno: ese apéndice metálico a la altura de mi cintura, más o menos, justo debajo de uno de los cuadritos inferiores. A plena madrugada el viento soplaba con bronca y yo me sentía en uno de esos capítulos unitarios de Ray Bradbury que pasan por el cable.
    Me acerqué muy lentamente y toqué la superficie fría y rugosa de la máquina (si era eso una máquina). No parecía peligroso. Luego miré muy detalladamente cada pantallita. Eran distintas del resto del aparato, más frías, y completamente lisas. Todo tenía un fuerte olor a tierra. Y como si todo esto no fuera lo suficientemente extraño, no pude encontrar ningún enchufe ni compartimento para pilas o baterías en ninguno de sus rincones.
    Volví al apéndice metálico... quizás era un obturador y todo el aparato una inmensa cámara fotográfica. ¡Una antigüedad, seguramente! Leandro adora las antigüedades. Pero, ¿qué hacía el patio de mi casa adentro de esa antigüedad? O peor aun, ¿era realmente mi patio?
    Pensaba en todas esas cosas cuando justo apareció Leandro, que seguramente iba a buscar un vaso de agua. Al pasar, acarició mi pelo. Con su pie derecho arrastró una piecita metálica que ninguno de los dos había visto. Se agachó, la tomó entre sus dedos y, para mi desesperación, la colocó con total tranquilidad bajo el apéndice metálico de aquel aparato rectangular, en un orificio que yo en ningún momento había alcanzado a notar. Ni siquiera me dio tiempo a gritar, pues siguió su camino con tanta naturalidad que me sentí demasiado ridícula como para intentarlo. Tanto es así que hoy en día, si paso cerca y hay gente alrededor, pongo mi mejor cara de buenas costumbres y sigo de largo. Si estoy sola, en cambio, puedo pasarme horas y horas investigando obsesivamente cada una de sus formas, olores y ruidos. Hasta he llegado a descubrir lo inofensiva que es esa réplica de mi patio. ¡No falta ni mi perro, que me espera ansioso cada vez que me acerco!