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viernes, 29 de diciembre de 2017

La teta es el espejo

Grande o chica, como los espejos cóncavos o convexos, agranda o encoge nuestras virtudes y defectos. Se mira con culpa, con trampa, o se deforma con nuestros traumas y visiones falsas, fragmentadas por una anorexia que carcome desde la psiquis a los huesos, ida y vuelta, o la bulimia con su vomitivo juego de abundancia y pasarelas. La teta es el espejo en el que se mira la “tilinga” que aborrece feminazis, esa mujer definida tan sonoramente por las reglas patriarcales, la misma que, mientras putea al Tetazo o nuestras marchas e intervenciones, probablemente padezca en carne propia, en casa, en el laburo o en las calles, esos micromachismos o violencias simbólicas que todavía no llega a dimensionar. Se miran en la teta mujeres que a gritos condenan indignadas a las brujas en bolas que se pasean por la playa o por las calles. ¿Qué necesidad? A veces ninguna, solamente las ganas de andar con libertad. ¿Qué necesidad? La de hacernos ver, molestando, agitando, sacudiendo, para visibilizar las violaciones, las muertas, las víctimas de trata, las naturalizaciones y el “no te metás”. ¿Qué necesidad? Tal vez la de esas mismas que acusan la desnudez ajena, el día que logren romper el círculo violento y cuenten con el abrazo sororo de nosotras, las feministas, que, pese a todo, estaremos una vez más poniendo el cuerpo. La teta es el espejo de las innumerables reacciones, las secretas y las vociferadas. Degrada en muecas al machirulo o al violento que justifican en esos cuerpos libres los peores crímenes y los más naturalizados pensamientos lesbófobos, misóginos, retrógrados. La teta es el espejo de la heteronormatividad, la teta que es solo buena si es de madre amamantando. ¡Ah, no! Tampoco.

La teta es el espejo de los medios que eligen mostrarlas. Y es indignante ver la teta, para esas cabezas cortas de lengua bífida y mentes domesticadas. Pero los culos en las tapas de los diarios, no; los próstibulos encubiertos, mal llamados “VIP”, de los que todo el pueblo sabe, a plena luz del día, tampoco. Eso no indigna, eso se esquiva. No se mira de frente como la teta, que por poco, o si se puede, se escupe, se putea, se incendia. Las compañeras que hacían topless en la playa fueron fotografiadas por alguien que no avisó que sacaría la foto, que no avisó que la compartiría en la red social de un medio de comunicación. No sé si desde el medio de comunicación preguntaron mucho o poco sobre el asunto, pero la imagen se publicó y luego se desató lo que ya sabemos, en esta época donde parece que ya no está tan definido qué es lo público y lo privado. Soy periodista desde hace más de veinte años, y siempre, antes de publicar cualquier información, me pregunto ¿Para qué? Hago este ejercicio ahora: ¿para qué se publica una foto así, no solamente sin contexto, sino además sin formación en género? La naturalización de los micromachismos y las violencias simbólicas es inherente a los medios de comunicación hegemónicos. De los CEOS ya sabemos qué esperar; y de los machos alfa que trabajan en las redacciones y estudios, también. Sin embargo, somos cada vez más quienes vamos ganando espacios para escribir, para decir, con otras intenciones, perspectiva de género y responsabilidad.
Y más allá de los medios están las tetas, de todos los colores, tamaños y texturas. Tetas que tienen voz propia,y que siguen siendo nuestras, mal que les pese, como nuestras cuerpas.

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